


En algunas entradas de este blog he tratado ya el tema de las banderas que inundan nuestras calles. En su momento critiqué su exceso e incluso la conveniencia de su permanencia durante los dos años en que se celebra el Bicentenario. Para mí –y esta es exclusivamente una opinión personal– resultan perjudiciales para la ciudad, pues esa cantidad de enseñas ondeando al viento en balcones y calles vulgarizan una ciudad artística como es la nuestra, evocando más aún la imagen de esas verbenas de barrio de otros tiempos… Pero como esto, insisto, no es más que una opinión personal, respeto el que las banderas sigan ahí asombrando a los que nos visitan y provocando más de una murmuración.
Una vez pasados los meses y pasadas muchas inclemencias climatológicas, las banderas se han convertido en trapos rotos y sucios que se enrollan constantemente en los cables de los que penden. Y ahora sí que muestran una imagen penosa, pues la suciedad –normalmente excrementos de pájaros– resulta abrumadora y consigue sacarnos los colores a quienes pretendemos presumir de ciudad al enseñarla.
Me gustaría que las “banderolas” desapareciesen, pero si nuestro Ayuntamiento o Afecir, o todos los que han promovido esta campaña, se empeñan en que permanezcan, al menos cambien las enseñas por otras nuevas pues los desgarros, los rotos y las lámparas que, a fecha de hoy muestran, trasladan a los visitantes nuestra peor estampa








