




Llegó el frío. Se acabaron los días acariciadores en los que aún los rayos del sol nos calentaban tímidamente la piel. Y llegó como siempre llega en Miróbriga: de repente, sin avisar.
Los abrigos volvieron a salir de los armarios para cubrirnos en nuestros paseos diarios; cada vez más solitarios, pues las temperaturas invitan a permanecer sentados en la camilla, encontrando el retiro en un libro, tal vez en una película y cada vez son menos los valientes que se dedican a dibujar el contorno de la ciudad con sus pasos.
Ya no quedan terrazas donde sentarnos alrededor de un refresco y buscamos el interior de los establecimientos para parar un ratito en el deambular. Los árboles de las plazas han sido mutilados, sin duda con el propósito de no tener que recoger las hojas que ya habían empezado a desvanecerse y aparecen trasquilados, desnudos… esperando que la primavera, aún lejana, les devuelva sus ropajes.
Nuestro río, enmoquetado por las hojas que abandonan presurosas los árboles dejando paso a una desnudez que aún así es bella, nos devuelve imágenes frías y a la vez hermosas y plácidas. Es cerca del Águeda y, a pesar de sus deficiencias, donde sin duda podemos encontrar la serenidad que la vida diaria nos roba.
Mudos están el río y sus alamedas, con apenas un crepitar de las hojas secas bajo nuestros pies. Tan sólo el sonido tranquilizador del agua o algún ladrido lejano rompe la quietud. ¡Qué maravillosas imágenes podemos capturar con nuestras cámaras de los escasos colores que todavía están: los amarillos, naranjas, grises y marrones que nos muestran que el otoño está llegando a su fin y que ese invierno tan temido se acerca a pasos agigantados!
Esperamos ya los pocos días que quedan para volver a oír el bullicio en nuestras calles, pues el puente se acerca. Y él devolverá a la ciudad sus hijos desperdigados por los rincones de nuestra patria. Decenas de pisos, hoy cerrados, volverán a abrir sus ventanas. Pues a pesar del tiempo, la gente regresa a su madre, a su patria chica, Y por unos días volverá el ajetreo a nuestras calles y sentiremos que nuestro pueblo no está muerto, que sigue quedándole una esperanza.













